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Sección 13. Establecer un programa de alfabetización para adultos

Ejemplo # 1: Cómo realmente funciona el establecimiento de un programa

En 1984, mi colega Lindy Whiton y yo fuimos contratados por una pequeña universidad local y el consorcio regional de empleo y capacitación para iniciar un programa de alfabetización de adultos en Orange, Massachusetts. El departamento de educación y otras entidades lo habían probado en el pasado fracasando en el intento, pero el área tenía un porcentaje de 40% de adultos sin estudios de bachillerato. La necesidad de un programa era evidente.

La idea del programa había surgido de una clase de alfabetización de adultos que Lindy había dado el año anterior en esa pequeña universidad. La financiación del curso se había agotado a mitad del año y quienes estaban involucrados determinaron encontrar un modo mejor de asegurar el servicio. Cuando surgió la disponibilidad de financiamiento, la institución y el consorcio de empleo y capacitación, con la participación de Lindy, escribieron una propuesta que obtuvo éxito.

Contratación de personal

La propuesta requería dos personas: una para dictar clases y coordinar el programa, el otro para dictar clases y elaborar el plan de estudios. Se suponía que el coordinador sería el “encargado” del programa y recibiría un sueldo un poco superior. En realidad, esa estructura propuesta para el programa no parecía muy lógica. Con sólo dos miembros, no había motivo para crear una jerarquía que fácilmente podría haber derivado en resentimiento y desunión. Lo que hicimos fue dividir las responsabilidades y los salarios de los dos puestos en partes iguales, un acuerdo más adecuado para formar un auténtico compañerismo.

Ambos teníamos experiencia previa en educación y en trabajar con adultos. Yo había trabajado en esa pequeña universidad local varios años como asesor y coordinador del centro de tutores y asesores, y había dado clases de lectura tanto en dicha institución como en las escuelas de educación primaria y secundaria. Lindy había enseñado a leer en escuelas también y tenía la experiencia de haber enseñado con éxito clases de alfabetización de adultos. Además, yo vivía en la zona donde iba a llevarse a cabo el programa y tenía buenas relaciones tanto con individuos destacados como con organizaciones del lugar.

Encontrar espacio

Desde el principio, queríamos nuestro propio espacio, pero la subvención no proporcionaba dinero suficiente para esto. Se nos cedió espacio en el colegio local, el cual podíamos utilizar a partir de las 3:00 p.m. Afortunadamente, el profesor cuya aula nos fue asignada, estaba de acuerdo con la situación y fue de gran ayuda. Nos dio espacio para guardar el material; tampoco le importaba si llegábamos cuando todavía estaba con sus alumnos; incluso discutía sobre asuntos del plan de estudios con nosotros y bromeaba con los alumnos.

Aun así seguía siendo un colegio, con todos los inconvenientes que eso supone. Muchos de los alumnos habían estudiado allí y a veces oíamos comentarios: «Esa es la clase donde no aprobé matemáticas durante dos años seguidos» o «Aquí es donde me enfurecí y golpeé al profesor». La escuela estaba a dos kilómetros o más del centro de la ciudad y no había transporte público para llegar. Los pupitres eran pequeños, no había cafetera y el espacio era inhóspito, particularmente de noche, bajo la luz fluorescente.

De todas maneras, además de inconvenientes, utilizar esa escuela tenía también sus ventajas. Había mucho espacio para moverse, especialmente en la noche y el edificio era tranquilo. Entablamos amistad con miembros del personal de vigilancia, algunos de los cuales se convirtieron en partidarios del programa y otros llegaron a ser estudiantes. Una pareja de edad avanzada que trabajaba por las noches, «adoptó» a una joven con graves problemas mentales e hicieron posible que tanto ella como nosotros pudiéramos seguir adelante en las ocasiones en que la chica tenía problemas. Por lo menos todo el mundo sabía dónde estaba el edificio. Aun así, empezamos a pensar en el modo de trasladarnos desde el primer día.

Establecer contactos: Atraer estudiantes y conectar con la comunidad

Cómo conseguir estudiantes era una de los primeros asuntos que debíamos resolver. El programa daba servicio a la zona de Quabbin del norte, nueve poblaciones que cubren una extensa área en Massachusetts. No había transporte público, las distancias eran largas y las ciudades rurales de las montañas eran muy distintas de Orange y Athol, las dos ciudades industriales del valle del río Millers.

Además, mucha gente de la zona desconfiaba de la gente de fuera. Varios tipos de programas se habían iniciado y terminado, dejando a la región en un estado crónico de escasez de servicios. Los habitantes, no confiaban en que un programa permaneciese lo suficiente como para que pudiera beneficiarles. Rápidamente se hizo evidente que en la zona, atraer estudiantes y establecer conexiones con la comunidad suponían una única y misma cosa.

El azar quiso que una coalición de servicios sociales y de salud de la comunidad se iniciase en ese momento en Athol, y yo me convertí en uno de los miembros fundadores. Esto nos dio acceso a virtualmente todas las organizaciones de servicios sociales y de salud que existían en el área y aprovechamos esa oportunidad. Organicé charlas en varias reuniones de personal de agencias, para que supieran donde estábamos y qué hacíamos. Por medio de un contacto establecido en la coalición, pudimos acceder a servicios de oficina de una agencia multiservicios en Athol, para complementar nuestro «cuartel general».

A lo largo del periodo inicial y del resto del primer año, hicimos todo lo que pudimos para llegar a conocer gente en todos los sectores de la comunidad. Pasamos por restaurantes, lavanderías (descubrimos que eran lugares de reunión y particularmente fructíferos para atraer personas), farmacias, barberías y salones de belleza, supermercados, las pocas tiendas de comestibles del vecindario que quedaban, autoservicios y bares, presentándonos y explicando lo que hacíamos y a quiénes buscábamos, y dejando  folletos y carteles con números de teléfono eh hojitas desprendibles. Obtuvimos algunos interesados por recomendaciones de los comerciantes, pero muchos más por los carteles. La gente podía desprender fácilmente los números de teléfono y guardarlos el tiempo necesario hasta hacer la llamada. Nos vimos reemplazando carteles continuamente, porque se les habían acabado las 20 hojitas desprendibles con los números de teléfono.

Los carteles, con las hojitas desprendibles que contenían el número telefónico en la parte inferior, los hicimos tan sencillos como pudimos. Su aspecto, aproximadamente, era éste:

                           ¿Necesita ayuda con

                            Lectura?
                            Escritura?
                           Matemáticas?
                           Preparación para obtener el certificado de bachillerato?

                          Llame a Lindy o Phil al 345-6789

                          Gratuito
 

Además de hacer promoción en los comercios, fijamos nuestros carteles en postes de teléfono, aparecimos en un programa de la emisora de radio local, empleamos mucho tiempo para llegar a conocer a los administradores y miembros del equipo de organizaciones comunitarias y sucursales locales de agencias estatales. Llegué a ser presidente de la comisión de iniciativas del programa y finalmente me hice parte del comité directivo de la coalición de servicios sociales y de salud. Frecuenté organizaciones locales y llegué a conocer, o a conocer mejor, a muchos miembros de la comunidad profesional y comercial de la zona, así como a un gran número de personas sin filiación concreta, pero con muchos contactos en la comunidad a través de la familia, el trabajo y por una residencia de larga duración en la zona.

Nos propusimos cenar, entre clases y clase, en un restaurante local, donde la gente pudiese vernos y encontrarnos. Intentamos informar lo mejor posible a los profesores del colegio acerca de lo que estábamos haciendo y establecimos contactos también en colegio de Athol. Por medio de un contacto llegué a conocer a varios sacerdotes y pudimos contar con la comunidad religiosa en nuestras filas, como adeptos y reclutadores de estudiantes. Formamos relaciones firmes con los directores de bibliotecas públicas, contactos que de hecho siguen dando sus frutos.

Cada alumno con quien tuvimos contacto, llevaba consigo los suyos propios. Los estudiantes, a menudo trajeron a otros amigos y familiares o nos llevaron a otros estudiantes o fuentes recomendantes potenciales. Algunas veces, el contacto original no participó en el programa, pero sí algunos a quienes se lo habían recomendado. Le dimos seguimiento a cada contacto que conocía a un alumno potencial y continuamos con las personas que no participaron en el programa, pero que tampoco manifestaron expresamente que no lo harían.

En Resumen

Es importante entender que incluso con toda esta actividad, el que nuestros esfuerzos se vieran recompensados tomó su tiempo. En el primer año (en realidad unos ocho meses, a causa del tema de la financiación), conseguimos un total de 19 estudiantes. Aunque varios de ellos obtuvieron el certificado de bachillerato y muchos de los demás continuaron el año siguiente, aún había noches en que nadie aparecía. Pero nosotros sí, y todos lo sabían. Al final de ese primer año, la comunidad recién empezaba a creer que pensábamos quedarnos allí por un tiempo.

No había financiación para ese verano, pero seguimos en contacto con alumnos y dimos algunas clases con un horario reducido. En otoño, volvimos a tiempo completo y el número de estudiantes aumentó. En ese segundo año, tuvimos unos 40 alumnos; en el tercero, cuando finalmente nos mudamos a un local en el centro de la ciudad, unos 70; y desde entonces (durante más de una docena de años), el número se ha mantenido sobre los 100. Los alumnos y la comunidad tenían que creer que volveríamos, que no los abandonaríamos una vez hubiesen empezado el programa. En el tercer año, y desde entonces, las recomendaciones orales y el correr de voz hicieron que el programa continuase con plena ocupación, y ya no tuvimos que buscar estudiantes.

Mantener una presencia destacada en la comunidad y seguir haciendo contactos debe continuar en tanto exista el programa. Las personas de otras organizaciones se van y son reemplazadas, los alumnos vienen y van, la gente de los comercios, lo mismo. Si un programa se ha de ver como parte de la comunidad, el personal de ese programa debe formar parte de ella. A lo largo de los años, conforme el programa de se convertía en una rama del Proyecto de Alfabetización (una iniciativa  mayor), cambió de sede tres veces, y cambiaron también sus directores; sin embargo, su implicación con la comunidad ha continuado. El director actual de la sede ha sido reconocido como “Ciudadano del mes” por su compromiso con la comunidad, y varios estudiantes han recibido menciones similares.

Todo esto es para destacar dos cuestiones: (1) En realidad, toma dos años o más establecer un programa comunitario y para ello se ha de ser paciente y persistente; y (2) el programa ha de esmerarse en formar parte de la comunidad siempre, o mientras dure el programa.

Epílogo

El programa hoy. Hace 16 años que empezó el programa de alfabetización de adultos en Orange. Desde 1985, ha formado parte del Proyecto de Alfabetización (un proveedor de educación para adultos sin fines de lucro en la comunidad), fundado por Lindy Whiton y Jim Vaughan en 1984. Actualmente se le conoce como Centro de Educación para Adultos de Quabbin del Norte, y el programa brinda servicio a unos 100 alumnos al año. Además de aprender a leer, escribir y recibir cursos de matemáticas, los alumnos han estado o están involucrados en originales proyectos de investigación, clases de computación y de alfabetización económica, proyectos comunitarios (el plan de transporte mencionado en el recuadro de la sección 12 de este capítulo es un buen ejemplo), alfabetización familiar, colaboración con otras organizaciones diversas, proyectos teatrales comunitarios, un huerto comunitario… En pocas palabras: se ha transformado en un auténtico programa comunitario, llevado a cabo por alumnos y miembros del personal conjuntamente, gracias en gran parte a su actual directora de sede, Pat Larson. El programa ha sido citado con frecuencia como modelo de la forma en que un programa de alfabetización de adultos puede formar parte integral de su comunidad. Sin embargo, esto no hubiera sucedido sin el esfuerzo incesante por entablar todos estos contactos y mantenerlos, un esfuerzo que continuará en tanto el programa esté en funcionamiento.

Contributor 
Phil Rabinowitz